POEMAS, RESEÑAS DE LIBROS DE POESÍA, TRADUCCIONES, HAIKU.

domingo, 25 de marzo de 2012

MANUEL PINILLOS I



Esta es la primera de una serie de entradas que publicaremos sobre Manuel Pinillos (1912-1989), poeta aragonés injustamente olvidado.



Nos sumamos así al trabajo de María Pilar Martínez Barca, que recupera en una magnífica edición de Larumbe. Textos Aragoneses, los 21 poemarios publicados por el autor. Precede a los poemas un amplísimo y detallado estudio sobre la obra de M. Pinillos bajo el título Manuel Pinillos. La pasión entrañable.




En esta primera entrada, reproducimos el poema que abre Sentado sobre el suelo, segundo de los libros del poeta, que data de 1951, publicado en "la zaragozana colección Almenara de poesía".


(Portada de la edición de la obra completa de Manuel Pinillos, a cargo de María Pilar Martínez Barca)






Parado aquí, en la paz de la llanura,

contemplando la efigie de los robles,

la quietud cristalina del remanso,

el último perfil de la montaña

silenciado entre nieblas augurales,

veo pasar mi vida como un cauce

-mediado y transparente-

que refleja la espuma de las cosas.

Largo camino dejo ya la espalda

y mucha es la palabra por decir,

en voz que me atosiga entre los labios,

fruto incierto, perdido, inconvertible,

que evaporado queda en silenciosa,

estática mesura del recuerdo.



Los años se me fueron, se me irán,

mirando al vasto mundo tan cercano,

evidente a los ojos, ya táctil,

para vestirlo en oro de los sueños.




Allí el fluir del viento y de la rosa,

aquí la levedad suelta del agua,

más allá el vaho intenso de las pinos,

en torno al musical ahogo de Dios.



Todo tan sorprendente y nuevo ahora

como cuando de niño lo aprendía,

tendido sobre el suelo, atento, inmóvil,

adorando el respiro creado,

trascendido en celeste paraíso.



Me bastaba observar, pensar, sentir,

soñar acaso, en cautelosa espera,

saberme rodeado de aire y luz

-de horizonte desnudo y de milagro-

para mi soledad irremediable

sin decir en voz alta

el grito comedido de mi pecho.



Pero quise sentarme y, sosegado,

sobre la blanda hierba y junto al río

iros contando, hablando a mi manera,

fluyente con mi verso

-como el agua a raudal por la ladera

lleva su agreste linfa eco del monte-,

la heredada armonía del pasado,

que ya es ser, ser de mí, ser de mis venas,

diluido en palabras o en clamores

que enumeren, desnudamente, mi alma

cargada con su duda y con su olvido.