POEMAS, RESEÑAS DE LIBROS DE POESÍA, TRADUCCIONES, HAIKU.

domingo, 13 de diciembre de 2015

CANICAS en la ANTOLOGÍA DE JUEGOS DE LA INFANCIA "ANTÓN PIRULERO"

/anton-pirulero/

Recientemente publicada por AMUNI (Asociación de Amigos del Museo Pedagógico y del Niño) y la Diputación de Albacete, bajo la coordinación de Pilar Geraldo Denia, esta Antología de juego de la infnacia "Antón Pilrulero", reúne poemas con esa temática de más de cien poetas españoles vivos.
Mi contribución es este "Canicas", que me lleva, treinta y siete años atrás, a mi primer curso de BUP en el Instituto de Casas Ibáñez (Albacete) -hoy IES "Bonifacio Sotos"-, cuando estaba en el edificio viejo de la carretera de Alcalá del Júcar.




CANICAS

(Curso 1978-79)



Estoy estableciendo con las manos

medidas y distancias

entre el aire frío y la tierra húmeda,

en la tensión y el golpe

que ha de dejar la bola

justo ahí, a un palmo del gua.


Estoy estableciendo en el oído

minutos y distancias,

sobre el vocerío del patio,

entre el impacto del cristal

y el timbre que señala

el final del recreo.


Estoy estableciendo en la memoria

distancias y distancias

entre el tiempo y la nada, entre mis años

de ahora y el deseo, siempre vivo,

de una partida más,

aquel invierno, único y dorado.

Valentín Carcelén,
Albacete, 31 de marzo de 2015.


lunes, 12 de octubre de 2015

RESEÑA DE "DI, REALIDAD" (RAFAEL FOMBELLIDA) EN LA REVISTA VÍSPERAS.

DI, REALIDAD
Rafael Fombellida
CALLE DEL AIRE, 135, RENACIMIENTO
Sevilla, 2015

Di, realidad, séptima entrega poética, tras la colección de haikus Montaña roja y la antología La propia voz, de Rafael Fombellida (Torrelavega, Cantabria, 1959) fue publicado el pasado mes de marzo por la casa sevillana Renacimiento en su colección Calle del aire. El formato de esta colección es especialmente apropiado para este libro, ya que su amplitud permite que la longitud de los versos y la extensión de los 30 poemas se ajusten con bastante exactitud al ancho de página, en el caso de los versos, y al uso de dos páginas en el caso de los poemas, de manera que sólo tres versos en el poema UNA CABEZA CANSADA (página 19) y otros tres en SAN SILVESTRE EN EL PRATER (p. 23) son más largos que la anchura de la página, y sólo el poema SINE SOLE SILEO (p. 57) tiene menos de los 24 versos que caben en una página. Esta uniformidad y esta inusual adaptación al formato de la colección, ya de por sí cuidada en diseño y calidad, confieren al volumen, por dentro y por fuera, un atractivo digno de referencia.
Dentro, ya en una primera lectura, desde los primeros poemas, tres aspectos nos atraen la atención. El primero es formal: Di, realidad es, en primer lugar, un canto al lenguaje, mimado hasta el extremo tanto en la sintaxis como, y sobre todo, en el léxico, riquísimo y preciso. No menos cuidada es la métrica, que resulta perfecta; predominan alejandrinos, endecasílabos y heptasílabos, pero son también frecuentes los versículos que encadenan, no dos si no tres hemistiquios, incluyendo algún endecasílabo (“de la sala de espera,/ Maquilladas y lábiles,/ se fijaban en mí sin disimulo”, de ODISEO EN EL BÁLTICO, página 14). El segundo aspecto es la atmósfera otoñal, de paisaje centroeuropeo o nórdico y luz crepuscular o auroral, que envuelve a la mayoría de los poemas. A pesar de estar escrito en español, no parece, desde luego, la obra de un autor español; nos recuerda más bien, por esa atmósfera y por ciertos temas a Heaney, o a Larkin, entre otros, y acaso esto no sea azaroso, pues de este último toma Fombellida el título de uno de sus poemas emblemáticos, WILD OATS, para el decimoctavo poema de este libro, AVENA SALVAJE (página 43). Y mucho del gran poeta inglés tienen también otros textos; RONDA DE LOBOS (p. 41), por ejemplo, resume por sí solo algunos de los asuntos que frecuentaba el último Larkin: la soledad, el alcohol y la conciencia de la muerte. El tercero de los aspectos es el deliberado escaso interés por el lirismo, que no por la emoción, acompañado por una pesada carga narrativa y descriptiva, que hace que la mayoría de los poemas sean historias o trozos de historias, y que, leyéndolos, los podamos ver clara y detalladamente como si fueran películas.
Afirma Gamoneda –y lo ha hecho en innumerables ocasiones, en entrevistas, lecturas y en cuantos actos públicos ha intervenido en los últimos años- que la poesía no es literatura. En una entrevista publicada en El País en 2007, tras ser galardonado con el Cervantes lo decía así: “La literatura está en la ficción, (…), pero la poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de los géneros”. No está en nuestro ánimo contradecir al Cervantes 2006 ni mucho menos abrir un debate –otro más- sobre qué es literatura, qué no, qué es poesía, qué no, e intentar trazar la delgadísima, acaso imposible, línea que marque incontestablemente la inviolable frontera entre los distintos géneros literarios. Pero a estas alturas no es fácil aceptar que “la poesía no es literatura” porque “la literatura está en la ficción”. Está claro que poesía, literatura y ficción son cosas distintas, pero, ¿son necesariamente excluyentes? ¿Hemos de admitir sin más que un texto no puede ser poético y literario a la vez? ¿No puede un poema contar historias de ficción? Y, si es así, ¿deja de llamarse “poema”?

Parece que con Di, realidad, Fombellida se hubiera planteado responder esas preguntas para demostrar que esos términos no son excluyentes ni contrapuestos, y que un poema puede ser de ficción y ser calificado como literario sin perder su carácter poético. Y como muestra, BALADA DE UNO QUE MIRA EL PRUT (p. 31), terrible microrrelato bélico, basado posiblemente en una batalla de la 2ª Ofensiva de Jassy-Kishinev, en la II Guerra Mundial, cuyos primeros versos son un alarde de técnica poética y recursos literarios, repleto de imágenes y sonoridad, con lúcidas aliteraciones en versos 4 (“El río silabeaba una balada”) y 9 (“Siguió abriendo en canal el lecho helado”). No quisiéramos terminar sin mencionar, de entre las muchas imágenes que brillan en estas 67 páginas, una, expresiva, gráfica como pocas, del último poema, EL CIELO NO TIENE HORIZONTES, versos 4 a 6: “… Las estrellas cintilan/ tímidas, expirantes como el hálito/ de un anciano intubado…” Y un poema, LA LEY DEL RÍO (p. 58), evocador y emotivo, tan delicioso y bucólico al principio como duro y doloroso al final. Sólo por la posibilidad de encontrar un texto como éste, vale la pena leer, de vez en cuando, un libro de poemas.

domingo, 2 de agosto de 2015

"CROMOS" DE JUAN LORENZO COLLADO





A principios de este verano, se presentaron dos nuevos libros de poemas de Juan Lorenzo Collado: “La caja de Pandora”, Premio Ciudad de Elche 2012, y “Cromos”, finalista del V Certamen de Poesía “Juan Calderón Matador” 2013. En el mismo acto, se presentó también “Azul intenso”, XIV Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”, de su hija Elena Collado García. Mucho tiempo antes, Juan Lorenzo me había honrado al pedirme que escribiera un prólogo para “Cromos”. Ese prólogo íntegro, con algunas modificaciones provocadas por la paginación definitiva de la publicación, es el que sigue a continuación:





EL COLECCIONISTA
Prólogo a CROMOS, de Juan Lorenzo Collado Gómez

         A poco que se le conozca, uno se puede imaginar fácilmente a un aplicado Juan Lorenzo Collado de once o doce año deleitándose tarde tras tarde, al salir del colegio, con su álbum de cromos; pegar en él, no sabemos si con aquel engrudo casero, o ya con pegamento Imedio, uno o dos más que acaba de conseguir, quizá de algunos sobres que acaba de comprar en el quiosco del barrio, o quizá fruto de un reciente intercambio con otros compañeros en el mismo patio del colegio. Es fácil verlo repasando interminablemente las páginas mientras merienda y, una vez tras otra, comprobar que siguen faltándole casi los mismos pocos cromos para completar la colección.
            Poco tiempo después, con la misma facilidad, nos imaginamos a un Juan Lorenzo adolescente pasando las horas muertas contemplando, embelesándose con cada página completa de un nuevo álbum, leyendo lentamente –casi aprendiendo de memoria- el texto que acompaña a cada cromo. Tal vez se trate de un álbum de fotografías de actores y escenas de grandes películas de la época, o de historia y geografía, o de animales y plantas, o de jugadores de fútbol de la primera división de la liga de aquella temporada; gracias a aquellos álbumes, nos aprendimos los nombres de los jugadores de los principales clubes, y sabíamos de memoria las alineaciones. O tal vez trate de carros y aviones de combate y buques de guerra de la II Guerra Mundial, o de curiosidades, de antiguas civilizaciones o de cualquier otra temática, pues los había de todas las imaginables.
            Era uno de los entretenimientos más populares entre los niños de hace más o menos cuatro décadas, como también lo era la colección de sellos. A los cromos también los llamábamos “estampas”. La palabra “cromo” resultó de acortar “cromolitografía”, es decir, litografía o estampación en color, algo ciertamente novedoso y atractivo en aquella época y aquel país todavía en blanco y negro. Para quienes entonces éramos niños, aquello de completar álbumes -lo cual duraba meses, y muchas veces no se llegaban a completar-  forma parte importante de nuestra memoria generacional. El gran poeta malagueño Álvaro García, sólo un lustro más joven que Juan Lorenzo, escribió en la segunda mitad de los años ochenta una magnífica serie de poemas bajo el sugerente y memorable título de La noche junto al álbum, que obtuvo el Premio Hiperión de Poesía el año 1989. No era, desde luego, de cromos el álbum de Álvaro García, y tampoco lo es, a pesar del título, este libro de J.L. Collado.
            Pero retomemos nuestra historia: suponemos a un ya dieciochoañero Juan Lorenzo, cambiando poco a poco la afición de completar álbumes por la no menos adictiva de la literatura. Su paso por el instituto pudo haberle dejado las tardes y las noches en compañía de Bécquer, de Lorca, de Neruda, de Machado, de Miguel Hernández o de Cernuda, como antes estaría con la de los cromos y los álbumes.
            Lo estamos viendo, en una escena posterior, rendido ya al hábito de la escritura de cuentos y narraciones y, al poco, de versos. Lo vemos, igual de aplicado que de niño, pergeñando sus primeros poemas y componiendo algún librito que quizá por pudor desechó al poco. A partir de ahí, ya no necesitamos imaginación, la historia es bien conocida: sabemos que Juan Lorenzo Collado pasó a coleccionar cuentos, narraciones, alguna novela, poemas, premios literarios y libros publicados.
            La colección de 43 poemas o cromos que componen este álbum o libro - finalista en el V Certamen de Poesía "Juan Calderón Matador"- es un ejercicio de nostalgia, un inventario de pérdidas y un deseo de recuperar el tiempo y la memoria. “Tu rostro son los cromos/ que faltan en la faz/ de la memoria…” leemos ya en el principio, y veintisiete poemas más adelante, “…supe que podíamos desafiar/ los dictados del tiempo/ juntar todos los cromos/ de un álbum de ilusiones”. Y puesto que la memoria, el corazón y sus heridas, y las cicatrices que deja en ellos, en nosotros, el paso del tiempo son los temas referentes y más recurrentes, se nos ocurre que, más que Cromos, o cromolitografías, podríamos llamar a estos poemas, aunando los conceptos y agotando quizá las posibilidades que ofrece el lenguaje, cromocardiografías o estampas de un estado del corazón; cromonemografías o imágenes que nos deja la memoria; o simplemente, cronografías, trazos de tiempo, o del paso del tiempo, o de la vida misma.
            Dejando aparte juegos y atrevimientos etimológicos, por las páginas de este libro van pasando las estaciones, las lluvias y los recuerdos; la vuelta  a la infancia y sus paisajes; los cuerpos y los dedos sobre el cuerpo, la piel; las ilusiones, los sueños y  los deseos que no se pudieron cumplir, y que probablemente no esperan ya cumplirse; todas las ellas que puedan caben en una vida; incluso paraísos reales y lugares que nunca han existido, imposibles ideologías que nunca se tocarán las manos y dioses que aún vuelven la cabeza a la infancia. Pero hay también relámpagos que llaman la atención de nuestra conciencia social, deslumbrándola y dejándola encendida tras la lectura: una clara denuncia a la violencia de género ocupa el poema  ADVIERTO AL TRASLUZ (página 30);  la pobreza es el tema de los cortes NO ENTENDÍ LAS PALABRAS (p. 39), y VAGA (p. 46); el drama de quienes se juegan la vida por otra mejor en el abismo de una patera, en NO HAY TESTIGOS (p. 30); o la soledad de la vejez, en MIENTRAS LLUEVE (p. 47). Y hay también un Carpe Diem al más puro estilo clásico en el poema ME DEMORÉ (p. 31).
            Con la escritura de este libro, Juan Lorenzo Collado Gómez (Albacete, 1960) se somete al progresivo e irreversible exorcismo de los particulares demonios de su ayer más íntimo, y quiere que nosotros, lectores, asistamos y participemos activamente en la ceremonia. Creo que la práctica de la poesía consiste, en gran medida, en eso. Tras más de una lectura, el lector que esto escribe quisiera, de entre las estrofas que componen estos poemas, rescatar y suscribir algunas imágenes de especial brillantez, hallazgos de una inspiración lúcida y generosa: “una corona de laurel/ en la razón del sentimiento” (p.25), “caminar/ sobre la cuerda floja/ de los recuerdos” (p. 33), “la madera vestal de los días” y “la calavera del amanecer” (p. 37), “el cordón umbilical de la desesperanza” (p. 39), “los amores que han muerto/ nunca envejecerán” (p. 52), o el alejandrino “llevando como lanza mi corazón tan sólo”, en el poema de la página 36, quizá el mejor verso de la colección.
            También, y para terminar, el lector que esto escribe propone a lectores venideros comenzar la lectura de este libro con los poemas QUEDAN LAS FOTOGRAFÍAS, en la página 26, ALGUIEN OLVIDÓ (p. 35) y NO HAY TESTIGOS (p. 43), por considerarlos, en su humilde opinión, los más logrados, evocadores y significativos de entre los 41 que lo conforman. Pero eso, como casi todo en este prólogo, es sólo una opinión y una sugerencia. La grandeza de la poesía permite que una cosa y la contraria sean a la vez ciertas y posibles. Y estos textos, como todos, una vez que fueron dados a la imprenta, dejaron de ser patrimonio exclusivo de quien los escribió, para ser también de los lectores. Y corresponde a ellos, a nosotros, probar, opinar, recusar o gustar.

Valentín Carcelén

Albacete, noviembre de 2013.

sábado, 21 de febrero de 2015

LAS RAMAS DEL AZAR. RESEÑA PUBLICADA EN "VÍSPERAS"

LAS RAMAS DEL AZAR
Constantino Molina Monteagudo
Rialp Ediciones, 2015,
Premio Adonáis, 2014

Con Las ramas del azar, Constantino Molina Monteagudo ha obtenido el último Premio Adonáis, sin duda, uno de los más prestigiosos, tradicionales y codiciados que existen en la poesía española, si no el más. Se convierte así en el cuarto albaceteño que lo consigue -tras Juan Carlos Marset, Luis Martínez-Falero y Rubén Martín-, y el segundo en los últimos cinco años (Rubén Martín lo logró en 2009), confirmando así el excelente estado de la poesía de esta ciudad manchega en los últimos tiempos y muy especialmente en lo que llevamos de siglo, pues, junto a los citados, son varios más los autores que han obtenido otros premios importantes, y numerosos e importantes los eventos poéticos desarrollados en Albacete en esta etapa.
            Como es habitual en los poetas que ganan el Adonáis, hasta que lo ganan, Constantino Molina es un poeta desconocido en el escenario nacional y prácticamente inédito. Nacido en la localidad de Pozo Lorente (Albacete) hace 29 años, dejó sin terminar estudios de Humanidades en la Universidad de Castilla-La Mancha y, hasta ahora, sólo había publicado poemas en revistas, como Barcarola o La Galla Ciencia,  y en antologías colectivas, como el Llano en llamas (Fractal, 2011) o Tenían veinte años y estaban locos (La bella Varsovia, 2011).  Obtuvo el “Premio Jóvenes Artistas de Castilla-La Mancha” en 2011, y el “Premio de Poesía Joven Ciudad de Albacete” en 2012.
            Como suele suceder también con muchos de los libros que ganan el Adonáis, a pesar de estar escritos en edades bastante tempranas, Las ramas del azar es una colección de poemas maduros, bien pensados, bien trabajados, bien ordenados y bien acabados, componiendo un conjunto homogéneo y armónico. De inmediato, se advierte en ellos, como no puede ser de otro modo, un hondo conocimiento de todos los palos de la tradición poética española, un necesario equipaje cultural, una extraordinaria sensibilidad y mucho oficio.
            El libro abre con dos citas tan dispares como pertinentes: la primera, de San Juan de la Cruz, es en realidad su traducción en romance del segundo versículo del salmo 136, “Super flumina Babylonis” (“Sobre los ríos de Babilonia), que, por otra parte, ha dado lugar a infinidad de versiones musicales a lo largo de la historia. La segunda, más filosófica, pertenece a la novela del escritor valenciano Alfons Cervera Esas vidas. Ambas citas se funden para conformar el título y la idea del libro, que son también los del poema de la página 39, significativo, transparente, contundente y uno de los más sobresalientes de la colección. En demasiadas ocasiones un libro toma el título de uno de los poemas que contiene, bien porque el título es sonoro o sugerente, o las dos cosas, bien porque el poema es el mejor o de los mejores del libro; en pocas, muy pocas ocasiones, sin embargo, ese poema, además, sintetiza la diversidad de temas e ideas expuestos en el resto de poemas, o resume la intención y el proyecto que el autor desea plantear. En este caso, sí: la lectura del poema “Las ramas del azar” nos vale para tener una imagen acertada de lo que nos vamos a encontrar en el resto de la serie. La indagación en el tópico clásico pero siempre actual, imprescindible, de la fugacidad del tiempo y la belleza en que se funda el poema, aparece también, sólo dos páginas después, en “La arquitectura efímera del tiempo”
            Ya los tres primeros textos muestran claramente la madurez a que hacemos referencia arriba, especialmente en el difícil, pero excelentemente resuelto, “El corazón del mármol”, sobre la escultura de tema mitológico, clásico y ya universal, El rapto de Proserpina, de Bernini. Sorprende entonces, al pasar la página, encontrarse con un espléndido “Elogio del llano”, de interés meramente personal y comarcal, que nos recuerda al Claudio Rodríguez de siempre, para continuar con el breve pero eficaz metapoema “Respiración”, que firmarían sin titubeos un Siles o un Corredor-Matheos; y otra vez volver poco después, en “Esta música”, y con la excusa del aria clásica de Monteverdi Si dolce è il tormento, a lo excelso, a lo que tiene vocación de universal y eterno. Y, así, van intercalándose, siempre con el mismo gusto y bajo el mismo tono moderado pero emotivo y un lenguaje directo y preciso, casi pedagógico, composiciones de asuntos y pretensiones variadas, alternando lo de índole más particular e intrascendente con lo más elevado y global.
            Del conjunto, ya uniforme dentro de su altura, hemos de destacar, no obstante, aparte de los ya citados, por su diversa singularidad, “Estalactitas”, “Correspondencias con un fraile” (otra vez San Juan de la Cruz), “Don de la inocencia”, “Luciérnagas”, “Nubes en la tormenta”, “Apreciación” y “Exilios”, cuya inspiración y perfecta hechura hacen muy difícil para su autor superar esta entrega, si no es inventando otras formas y otra voz, ya que con éstas lo ha dicho casi todo.

Valentín Carcelén,
10 de febrero de 2015.