Hay tantas cosas que decir, tan poco tiempo, que el mes de julio
viene y se va sin ser notado;
es tiempo muerto en que no repara
nadie.
Y las cosas se quedan sin ser dichas
otro verano más. Y ya son otras,
y quedan siempre por decir.
Malditas cosas, como libros viejos,
abandonados entre el polvo;
como heridas de guerra, ya olvidadas,
contraseñas que nadie pudo usar,
ya inservibles, tardías siempre,
en el retraso de los siglos
en la frágil edad de un hombre.
Malditas cosas que tampoco
podré decir este verano,
que seguirán siendo secreto mío
y de las larvas del olvido, pero,
hasta entonces, a mí me arden
en las glándulas intangibles
del dolor, en la inútil
metamorfosis de las horas
en días, de los días
en años, de los años en memoria.