Para retomar nuestro pequeño homenaje al poeta aragonés, reproducimos íntegro "Solamente hay dos razas", de su colección de 1966 Viento y marea, acaso su poema más conocido. Ejemplo de aquella poesía social de hace cinco o seis décadas que teníamos algo olvidada. Las circunstancias actuales quizá le devuelvan una vigencia que su autor posiblemente nunca deseó.
SOLAMENTE HAY DOS RAZAS
Solamente
hay dos razas; yo soy de la de abajo, que es de arriba.
Sólo
hay dos razas, y el mundo, pasando como un río, en medio.
Todos
deberían saber su filiación tan separada.
No es
cosa de naciones, de esa piel de colores diferentes, de política o dólares.
Sólo
hay dos razas, dos especies, dos caminos que marcan las rutas de la tierra.
Y en
una estamos los que vemos la vida clara y tersa, sencilla y repartida.
Y en
otra están los de la vida oscura y el hambre de dominio.
La
superior, los nuestros, mis mejores amigos, tan de abajo en el tiempo,
amamos
el calor de la sangre, la paz de afuera, la libertad, el gozo de existir a la
intemperie.
Los
otros, los gastados, imponen el terror, las sombras, el hierro, la aspereza,
y no se
hallan a gusto si no tiran allí nuestro despojo irrestañable.
Y qué
sarcasmo: estamos, los de arriba, debajo de sus plantas manchadas,
y
tienen los de abajo, allá encima, fuerzas increíbles y
nos
quitan el sueño y la existencia.
Debíais
de saberlo, es para no creer lo que se toca.
El
cuerpo de la tierra está más hecho, está enfermo.
Una
horrible joroba de pus y de excremento lo malforma y lo vence.
Y estas
dos razas, la luminosa y pura,
y la
que se retuerce de furor y de astucia,
vamos
alimentando de luz torcida el canto de los meses.
Los
sanos, apurando sus cárceles y el luto;
los
viscosos, encima, dirigiendo la luz que se entiniebla.
Nosotros,
los que nacemos libres, los que adoramos todo lo que es limpio y sereno,
vednos
con libertad: exactamente, para hermanarnos en el hombre perdido.
Para
correr al mar y allí tirarnos, porque tapa las cosas.
Pero la
otra libertad está en presidio, can cadena perpetua.
Porque
no somos esos que quisimos, tan alegres, fluyentes y fraternos.
Los que
cuidan sus libros, la belleza del agua y una canción silbada entre los dientes.
¿Cuándo,
pregunto, cuándo se acabará este error que desordena el alma?
Yo
pregunto: ¿Hasta cuándo?
Y no
digo ya más. Pues, si dijera lo demás,
los
otros, los de abajo de encima,
me
quitarían la boca y las palabras para todo.
¡Para
todo!; y así, ¿quién habla? ¡Es prudente encerrarse en un callar pensando.
Lo
primero es tener la saliva en su sitio, y alentar, y pudrirse poco a poco;
que
estar de pie no es algo tan pequeño, se agradece, reímos; ¡muchas gracias por
dejarnos
[viviendo!
Ya me
alejo, perdonen esta niebla que he dicho.
Sin
querer, por sorpresa. Que a veces se le salen a uno las letras de algún nombre,
como el
tapón de una botella que se derrama y parece que es llanto.