Quinta y última entrega que dedicamos al poeta de Zaragoza. Y lo hacemos con su único poema en prosa, perteneciente, como Solamente hay dos razas, que publicábamos el pasado 11 de noviembre, a su libro de 1966 Viento y Marea, sin duda el más comprometido, y acaso el mejor.
POETA-EMPLEADO
A un “vivo” que
remueve muertos
Hace tiempo que debías haber empezado tu
personal limpieza, pues puede que todo provenga del oscuro tiempo prenatal, los
nueve meses de almacenar una escasa materia aprovechable. ¿Por qué, si no, ese derramar
humedades por los ojos cobradas a tanto la pieza? ¿De dónde viene, más que de
antiguas insuficiencias, esa horrible afición a hablar de la desgracia ajena
montado en tren de lujo y corriendo hacia el banquete?
Bajo tu torso late un activo motor, muy
funcional, que da la hora de estar siendo. Pero emocionalmente no es aquello
mucho más que un carámbano que flota en el mar del vacío.
Brotan por doquier ayes, explotan regiones,
yacen infinitas hambres en confusos montones, las familias borrosas de países
enteros sucumben bajo su justificado miedo pero tú plácidamente te remontas a
las nubes, y en todo caso escribes ásperos versos de adhesión a la ligera, o
depositas un frívolo suspiro fingido sobre el pecho de un cualquier esqueleto
de entre la pirámide de habituales víctimas; y te irás más tarde a tu cita en
la feria de atracciones, donde podrás mostrar tu habilidad en el disparo
tirando al blanco sobre ramos de petunias. Por ver si puedes arrancar el premio
de la mariposa multicolor, o el sobre con sorpresa que puede ser un montoncito
de billetes efectivos. (Al mismo ritmo de cada disparo, allá, en un pueblo
mísero asiático, agonizan doscientos mil famélicos seres, aplastados por su
hueso desvestido o algún hachazo de metralla).
Sería necesario, sería eficaz que bebieras en
el hueco vaso de ese muerto de inanición, en el corazón atropellado de ese
grupo de harapientos, en el latido escaso de aquellos fraternos parias que son
empujados a punta de bayoneta en los cinco continentes, para que tus perfectísimas
palabras de ladrón de emociones adquieran un saludable significado. Sería muy
limpio, sería absolutamente edificante, en el mismo grado que previsible, que
fueras por cierto tiempo el triste despojo del que te haces procurador en
ciertos días de belleza estrictamente ornamental, cuando colocas medallones de
hojas de muérdago sobre el débil hombre que agoniza estupefacto entre el
diluvio y el desempleo. Sería muy lógico que si hablas de miserias estuvieras
emparentado con una verdadera miseria, esa que en tus hombros se apoyase.
¡Mucho me temo que sigas hasta el fin
llorando con la lágrima de otro, con la lágrima robada en ajenos ojos
apartados; que no conozcas jamás qué es el sollozar por puro terror ante el
silencio de tantas puertas cerradas. ¡Mucho me temo que como un hábil artista
del comercio, fincado y sucesivo, sigas alimentado tu palabra en el plato donde
se da el sufrir ajeno su atracón de desfallecimiento cotidiano y sin apoyo,
mientras todo eso lo masticas como a través de una música de fiesta! Parigual
al antropófago que mueve su danza en torno
a la carne –tostada a la brasa y humeando muerte odiosa- del semejante a
quien va a devorar cuando el tambor cese, en el insaciable día de la selva que
entre todos replantamos hora a hora. Mientras en el aire que nos dice tantas
cosas comienzan a presentirse las primeras ráfagas de aromas enormes, muy
gemelos al advenimiento de un estío que no muera.