Escribo con la tranquilidad
de que todo es mentira,
todo lo que escribo. Y sé que,
escriba lo que escriba, da
igual,
pues igual me puedo desdecir
después.
Y lo peor: pienso si no es
también un engaño
todo lo que veo, todo lo que sé,
todo lo que conozco y asumo;
si ese yo al que aludo
cuando me refiero a mí soy yo
mismo.
Hay una pausa en mi devaneo,
un silencio que amo
como si fuera el principio o el
final.
Esa tregua que necesitaba.
Anochece.
Ni la luz ni la paz.