A principios de este verano,
se presentaron dos nuevos libros de poemas de Juan Lorenzo Collado: “La caja de
Pandora”, Premio Ciudad de Elche 2012, y “Cromos”, finalista del V Certamen de
Poesía “Juan Calderón Matador” 2013. En el mismo acto, se presentó también “Azul
intenso”, XIV Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”, de su hija Elena Collado
García. Mucho tiempo antes, Juan Lorenzo me había honrado al pedirme que
escribiera un prólogo para “Cromos”. Ese prólogo íntegro, con algunas
modificaciones provocadas por la paginación definitiva de la publicación, es el
que sigue a continuación:
EL COLECCIONISTA
Prólogo
a CROMOS, de Juan Lorenzo Collado Gómez
A poco que se le conozca, uno se puede
imaginar fácilmente a un aplicado Juan Lorenzo Collado de once o doce año deleitándose
tarde tras tarde, al salir del colegio, con su álbum de cromos; pegar en él, no
sabemos si con aquel engrudo casero, o ya con pegamento Imedio, uno o dos más
que acaba de conseguir, quizá de algunos sobres que acaba de comprar en el
quiosco del barrio, o quizá fruto de un reciente intercambio con otros compañeros
en el mismo patio del colegio. Es fácil verlo repasando interminablemente las
páginas mientras merienda y, una vez tras otra, comprobar que siguen faltándole
casi los mismos pocos cromos para completar la colección.
Poco tiempo después, con la misma facilidad, nos
imaginamos a un Juan Lorenzo adolescente pasando las horas muertas
contemplando, embelesándose con cada página completa de un nuevo álbum, leyendo
lentamente –casi aprendiendo de memoria- el texto que acompaña a cada cromo.
Tal vez se trate de un álbum de fotografías de actores y escenas de grandes
películas de la época, o de historia y geografía, o de animales y plantas, o de
jugadores de fútbol de la primera división de la liga de aquella temporada; gracias
a aquellos álbumes, nos aprendimos los nombres de los jugadores de los
principales clubes, y sabíamos de memoria las alineaciones. O tal vez trate de carros
y aviones de combate y buques de guerra de la II Guerra Mundial, o de
curiosidades, de antiguas civilizaciones o de cualquier otra temática, pues los
había de todas las imaginables.
Era uno de los entretenimientos más populares entre los
niños de hace más o menos cuatro décadas, como también lo era la colección de
sellos. A los cromos también los llamábamos “estampas”. La palabra “cromo”
resultó de acortar “cromolitografía”, es decir, litografía o estampación en
color, algo ciertamente novedoso y atractivo en aquella época y aquel país
todavía en blanco y negro. Para quienes entonces éramos niños, aquello de
completar álbumes -lo cual duraba meses, y muchas veces no se llegaban a
completar- forma parte importante de
nuestra memoria generacional. El gran poeta malagueño Álvaro García, sólo un
lustro más joven que Juan Lorenzo, escribió en la segunda mitad de los años ochenta
una magnífica serie de poemas bajo el sugerente y memorable título de La noche junto al álbum, que obtuvo el
Premio Hiperión de Poesía el año 1989. No era, desde luego, de cromos el álbum
de Álvaro García, y tampoco lo es, a pesar del título, este libro de J.L.
Collado.
Pero retomemos nuestra historia: suponemos a un ya dieciochoañero
Juan Lorenzo, cambiando poco a poco la afición de completar álbumes por la no
menos adictiva de la literatura. Su paso por el instituto pudo haberle dejado
las tardes y las noches en compañía de Bécquer, de Lorca, de Neruda, de
Machado, de Miguel Hernández o de Cernuda, como antes estaría con la de los
cromos y los álbumes.
Lo estamos viendo, en una escena posterior, rendido ya al
hábito de la escritura de cuentos y narraciones y, al poco, de versos. Lo
vemos, igual de aplicado que de niño, pergeñando sus primeros poemas y
componiendo algún librito que quizá por pudor desechó al poco. A partir de ahí,
ya no necesitamos imaginación, la historia es bien conocida: sabemos que Juan
Lorenzo Collado pasó a coleccionar cuentos, narraciones, alguna novela, poemas,
premios literarios y libros publicados.
La colección de 43 poemas o cromos que componen este álbum
o libro - finalista en el V Certamen de Poesía "Juan Calderón Matador"- es un ejercicio de nostalgia, un
inventario de pérdidas y un deseo de recuperar el tiempo y la memoria. “Tu
rostro son los cromos/ que faltan en la faz/ de la memoria…” leemos ya en el
principio, y veintisiete poemas más adelante, “…supe que podíamos desafiar/ los
dictados del tiempo/ juntar todos los cromos/ de un álbum de ilusiones”. Y
puesto que la memoria, el corazón y sus heridas, y las cicatrices que deja en
ellos, en nosotros, el paso del tiempo son los temas referentes y más recurrentes,
se nos ocurre que, más que Cromos, o cromolitografías, podríamos llamar a
estos poemas, aunando los conceptos y agotando quizá las posibilidades que
ofrece el lenguaje, cromocardiografías o
estampas de un estado del corazón; cromonemografías
o imágenes que nos deja la memoria; o simplemente, cronografías, trazos de tiempo, o del paso del tiempo, o de la vida
misma.
Dejando aparte juegos y atrevimientos etimológicos, por
las páginas de este libro van pasando las estaciones, las lluvias y los
recuerdos; la vuelta a la infancia y sus
paisajes; los cuerpos y los dedos sobre el cuerpo, la piel; las ilusiones, los
sueños y los deseos que no se pudieron
cumplir, y que probablemente no esperan ya cumplirse; todas las ellas que puedan caben en una vida;
incluso paraísos reales y lugares que nunca han existido, imposibles ideologías
que nunca se tocarán las manos y dioses que aún vuelven la cabeza a la infancia.
Pero hay también relámpagos que llaman la atención de nuestra conciencia social,
deslumbrándola y dejándola encendida tras la lectura: una clara denuncia a la
violencia de género ocupa el poema ADVIERTO AL TRASLUZ (página 30); la pobreza es el tema de los cortes NO ENTENDÍ
LAS PALABRAS (p. 39), y VAGA (p. 46); el drama de quienes se juegan la vida por
otra mejor en el abismo de una patera, en NO HAY TESTIGOS (p. 30); o la soledad
de la vejez, en MIENTRAS LLUEVE (p. 47). Y hay también un Carpe Diem al más puro estilo clásico en el poema ME DEMORÉ (p. 31).
Con la escritura de este libro, Juan Lorenzo Collado
Gómez (Albacete, 1960) se somete al progresivo e irreversible exorcismo de los
particulares demonios de su ayer más íntimo, y quiere que nosotros, lectores, asistamos
y participemos activamente en la ceremonia. Creo que la práctica de la poesía
consiste, en gran medida, en eso. Tras más de una lectura, el lector que esto
escribe quisiera, de entre las estrofas que componen estos poemas, rescatar y
suscribir algunas imágenes de especial brillantez, hallazgos de una inspiración
lúcida y generosa: “una corona de laurel/ en la razón del sentimiento” (p.25), “caminar/
sobre la cuerda floja/ de los recuerdos” (p. 33), “la madera vestal de los
días” y “la calavera del amanecer” (p. 37), “el cordón umbilical de la
desesperanza” (p. 39), “los amores que han muerto/ nunca envejecerán” (p. 52),
o el alejandrino “llevando como lanza mi corazón tan sólo”, en el poema de la página 36, quizá el mejor verso de la
colección.
También, y para terminar, el lector que esto escribe
propone a lectores venideros comenzar la lectura de este libro con los poemas
QUEDAN LAS FOTOGRAFÍAS, en la página 26, ALGUIEN OLVIDÓ (p. 35) y NO HAY
TESTIGOS (p. 43), por considerarlos, en su humilde opinión, los más logrados,
evocadores y significativos de entre los 41 que lo conforman. Pero eso, como casi
todo en este prólogo, es sólo una opinión y una sugerencia. La grandeza de la
poesía permite que una cosa y la contraria sean a la vez ciertas y posibles. Y
estos textos, como todos, una vez que fueron dados a la imprenta, dejaron de
ser patrimonio exclusivo de quien los escribió, para ser también de los
lectores. Y corresponde a ellos, a nosotros, probar, opinar, recusar o gustar.
Valentín Carcelén
Albacete, noviembre de 2013.