DI, REALIDAD
Rafael Fombellida
CALLE DEL AIRE, 135, RENACIMIENTO
Sevilla, 2015
Di, realidad, séptima entrega poética, tras la colección de
haikus Montaña roja y la antología La
propia voz, de Rafael Fombellida (Torrelavega,
Cantabria, 1959) fue publicado el pasado mes de marzo por la casa sevillana
Renacimiento en su colección Calle del aire. El formato de esta colección es especialmente apropiado para este
libro, ya que su amplitud permite que la longitud de los versos y la extensión
de los 30 poemas se ajusten con bastante exactitud al ancho de página, en el
caso de los versos, y al uso de dos páginas en el caso de los poemas, de manera
que sólo tres versos en el poema UNA CABEZA CANSADA (página 19) y otros tres en
SAN SILVESTRE EN EL PRATER (p. 23) son más largos que la anchura de la página,
y sólo el poema SINE SOLE SILEO (p. 57)
tiene menos de los 24 versos que caben en una página. Esta uniformidad y esta
inusual adaptación al formato de la colección, ya de por sí cuidada en diseño y
calidad, confieren al volumen, por dentro y por fuera, un atractivo digno de
referencia.
Dentro,
ya en una primera lectura, desde los primeros poemas, tres aspectos nos atraen
la atención. El primero es formal: Di, realidad es, en primer lugar, un canto al lenguaje, mimado hasta el extremo
tanto en la sintaxis como, y sobre todo, en el léxico, riquísimo y preciso. No
menos cuidada es la métrica, que resulta perfecta; predominan alejandrinos,
endecasílabos y heptasílabos, pero son también frecuentes los versículos que
encadenan, no dos si no tres hemistiquios, incluyendo algún endecasílabo (“de
la sala de espera,/ Maquilladas y lábiles,/ se fijaban en mí sin disimulo”, de
ODISEO EN EL BÁLTICO, página 14). El segundo aspecto es la atmósfera otoñal, de
paisaje centroeuropeo o nórdico y luz crepuscular o auroral, que envuelve a la
mayoría de los poemas. A pesar de estar escrito en español, no parece, desde
luego, la obra de un autor español; nos recuerda más bien, por esa atmósfera y
por ciertos temas a Heaney, o a Larkin, entre otros, y acaso esto no sea
azaroso, pues de este último toma Fombellida el título de uno de sus poemas
emblemáticos, WILD OATS, para el decimoctavo
poema de este libro, AVENA SALVAJE (página 43). Y mucho del gran poeta inglés
tienen también otros textos; RONDA DE LOBOS (p. 41), por ejemplo, resume por sí
solo algunos de los asuntos que frecuentaba el último Larkin: la soledad, el
alcohol y la conciencia de la muerte. El tercero de los aspectos es el
deliberado escaso interés por el lirismo, que no por la emoción, acompañado por
una pesada carga narrativa y descriptiva, que hace que la mayoría de los poemas
sean historias o trozos de historias, y que, leyéndolos, los podamos ver
clara y detalladamente como si fueran películas.
Afirma
Gamoneda –y lo ha hecho en innumerables ocasiones, en entrevistas, lecturas y
en cuantos actos públicos ha intervenido en los últimos años- que la poesía no
es literatura. En una entrevista publicada en El País en 2007, tras ser galardonado con el Cervantes lo
decía así: “La literatura está en la ficción, (…), pero la poesía es una realidad
en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros
sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más
allá de los géneros”. No está en nuestro
ánimo contradecir al Cervantes 2006 ni mucho menos abrir un debate –otro más-
sobre qué es literatura, qué no, qué es poesía, qué no, e intentar trazar la
delgadísima, acaso imposible, línea que marque incontestablemente la inviolable
frontera entre los distintos géneros literarios. Pero a estas alturas no es
fácil aceptar que “la poesía no es literatura” porque “la literatura está en la
ficción”. Está claro que poesía, literatura y ficción son cosas distintas,
pero, ¿son necesariamente excluyentes? ¿Hemos de admitir sin más que un texto
no puede ser poético y literario a la vez? ¿No puede un poema contar historias
de ficción? Y, si es así, ¿deja de llamarse “poema”?
Parece
que con Di, realidad, Fombellida se
hubiera planteado responder esas preguntas para demostrar que esos términos no
son excluyentes ni contrapuestos, y que un poema puede ser de ficción y ser
calificado como literario sin perder su carácter poético. Y como muestra,
BALADA DE UNO QUE MIRA EL PRUT (p. 31), terrible microrrelato bélico, basado
posiblemente en una batalla de la 2ª Ofensiva de Jassy-Kishinev, en la II
Guerra Mundial, cuyos primeros versos son un alarde de técnica poética y
recursos literarios, repleto de imágenes y sonoridad, con lúcidas aliteraciones
en versos 4 (“El río silabeaba una balada”) y 9 (“Siguió abriendo en canal el
lecho helado”). No quisiéramos terminar sin mencionar, de entre las muchas
imágenes que brillan en estas 67 páginas, una, expresiva, gráfica como pocas,
del último poema, EL CIELO NO TIENE HORIZONTES, versos 4 a 6: “… Las estrellas
cintilan/ tímidas, expirantes como el hálito/ de un anciano intubado…” Y un
poema, LA LEY DEL RÍO (p. 58), evocador y emotivo, tan delicioso y bucólico al
principio como duro y doloroso al final. Sólo por la posibilidad de encontrar
un texto como éste, vale la pena leer, de vez en cuando, un libro de poemas.