POEMAS, RESEÑAS DE LIBROS DE POESÍA, TRADUCCIONES, HAIKU.

domingo, 9 de febrero de 2014

EL MAESTRO. En la jubilación de Pepe Cabañero Fuentes.


Mi compañero, mi amigo Pepe Cabañero se jubiló anteayer, viernes, 7 de febrero, día de su sexagésimo cumpleaños, tras una dilatada carrera profesional como docente; los últimos 15 años de la  misma, compartiendo penas y alegrías en el Instituto de Educación Secundaria "Río Júcar", de Madrigueras (Albacete). Ha sido una gran compañero; le echaré mucho de menos. En la comida-homenaje que le rendimos ese mismo día, varios compañeros intervinimos, en nombre de todos, para hacer constar nuestro reconocimiento a su labor docente y nuestro aprecio a su persona. Éste es el final de mi intervención, con el texto EL MAESTRO, que reproduzco: 


"...mientras preparaba esta palabras, imaginé a uno de nuestros alumnos, de los alumnos de Pepe de este curso, por ejemplo, pero dentro de algunos años. Lo imaginaba ya adulto, años después de salir del instituto y finalizar también los estudios universitarios, recordando este curso, en que uno de sus maestros dejó de ser su maestro. Y lo que imaginé que ese alumno, ya adulto, recordaba de aquello que ha sido esta mañana y que ha sido este tu último curso es, podría ser, esto:



EL MAESTRO



El maestro era lo que decía, lo que un trozo de tiza en sus manos trazaba sobre las sombras de la pizarra insondable, los pasos del mediodía, las cuentas cuyo resultado se daba en términos de un compromiso con el silencio.

Era el mes de septiembre, el temblor de los paisajes donde ayer jugábamos, el animal de la emoción rugiéndonos dentro por querer salir; la exposición al yo, a los otros, a la miniatura en que la timidez nos deja cuando es lunes.

Era una gota de tiempo, un racimo de porqués, el lagar de la paciencia, el contenido de la siempre olvidada palabra nunca, la raíz de un árbol recién inventado. Era la luz de la tinta entregada, indeleble como un tatuaje en la imposible piel del corazón.

Era la escritura de la niebla, el sueño de la lluvia en los ojos, la eternidad solar de los recreos cuando no conocíamos nuestros nombres y sonaba el timbre para despertarnos y llamarnos a un calendario con fechas de arena y de veranos.

Era a primera hora la voz que abría los caminos de la mañana, los cuadernos del día a un viaje desde este lugar al inexplicable hoy que ya nunca volverá. Era en noviembre el aire amarillo decidiendo qué hoja caería última de las dóciles moreras.

Era la nieve alguna vez, dormida, dolorosamente infantil y escolar, más humana que mineral, y redonda, redonda en un puño temprano. Era la madre navidad, y apenas nos mintieron que acaso no vendría más con carpetas y fotocopias de nubes olvidadas.

Cuando se fue aún había gripe, agendas abiertas y problemas sin resolver sobre los pupitres. Nunca supimos exactamente qué diferencia mediaba entre los pentagramas y la sucesión desordenada de todos los números primos.

Valentín Carcelén
2 de febrero de 2014.

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