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una manera de medir el tiempo
POEMAS, RESEÑAS DE LIBROS DE POESÍA, TRADUCCIONES, HAIKU.
sábado, 25 de julio de 2020
jueves, 16 de abril de 2020
JESÚS CÁRDENAS SÁNCHEZ comenta EL MOMENTO en CULTURAMAS
Reseña de «El momento», de Valentín Carcelén
Jesús Cárdenas Sánchez 304 Views 0 comentarios Chamán Ediciones, corporeidad, fluir temporal, metapoético, trasciende, Valentín Carcelén
Por Jesús Cárdenas. Escribía Sanchez Rosillo «Todo se va. Las cosas / tienen siempre en las manos un designio de herida». Algunas de las cuerdas con que el murciano rasga en cada poema el latir de los días son la serenidad, la nostalgia y la reflexión. Las mismas cuerdas que Valentín Carcelén desgarra en El momento (2019, Chamán Ediciones).
El albaceteño se toma su tiempo para publicar: han pasado diez años de su última entrega, el libro de haikus, Hilo de hormigas. Quizá, sea esa una de las características de la trayectoria de Carcelén: la paciencia. Paciencia en dotar a la palabra de corporeidad. Ser paciente implica volver a los textos escritos. Como el propio autor señala en las notas finales, «su revisión ha sido permanente».
Un poemario indivisible y coherente, en el que se aprecia un gran labor de poda. Su estructura está muy pensada, en torno a cinco secciones sin título: la primera y la última se corresponden con sendos poemas. Las dos mantienen la correspondencia temática; en ambas se produce un desdoblamiento: el poeta traza límites entre la realidad y la ficción; entre la creación del poeta y la vida de la persona. Entiéndase el poema de cierre: «¿Qué necesitas más para saber / que no es ésta tu vida?». Las otras tres agrupan un mismo número de poemas, once, concretamente. Un conjunto de poemas, que no superan los treinta versos.
El motivo del libro está claro desde la misma enunciación del título, El momento, cuya columna vertebradora, en palabras de su autor, es «el paso del tiempo y cómo nos cambia». La primera aclaración es adquirir conciencia de que somos tiempo, como leemos en los versos finales de uno de los primeros poemas: «ignoramos que sólo somos / una manera de medir el tiempo». En ese mismo, previamente, la memoria nos salva, nos refugiamos en fragmentos de vida: «y tienen, como única seña de identidad, / la fecha que nuestra memoria, / les asigna». Junto a él, y, como consecuencia, la amistad, el amor y la propia poesía. Podría parecer nada original, pero lo que interesa es la reelaboración de estos motivos mediante continuas sugerencias y evocaciones.
En la primera sección figuran los poemas más reflexivos sobre la contingencia del fluir temporal y sobre la función de la escritura. Frente a la inexorable certeza del paso del tiempo, se sitúa el sujeto, tan frágil, desde la metafísica: «¿Qué otra cosa seremos sino charcos?», dirá en «Poema». Alerta que el engendrar y un consumismo desaforado conducen, inevitablemente, a la infertilidad de la tierra, con un tono crítico: «no te dejaremos nada para el contento insatisfecho / de la tierra, sus desmesuras, nuestras limitaciones»; con un tono desolador, siente el dominio del vacío que ejercen las palabras frente a la contemplación, en «Palabras»: «Y escribir con palabras que no digan / nada, como horizonte, alguien, mañana». Sin embargo, en el poema «Las cosas», el poeta les concede la capacidad de resistir sobre el tiempo: «mas funda en ellas sus supervivencia / la especie –tristes voces en la noche». También, puede leerse en clave metaliterario el poema «Expresión», donde el sujeto convierte el yo en plural, incluyéndonos dentro de la búsqueda que ejerce la creación, toda una declaración de intenciones: «a ser / palabra corta y encendida, / porque lo más difícil era siempre / encontrar la expresión que definiera / ese corte imposible que separa / ensueño y desengaño».
En el segundo apartado gana en peso la contemplación y el apego a la naturaleza, tal vez como un mecanismo de asirse al momento presente. Así, el sujeto se muestra reflexionando sobre el paso cierto del tiempo leyendo o escribiendo mientras llueve («La tormenta», «Lectura» u «Oración»), nieva («La nevada»); o bien cuando cambia las estaciones («El deshielo»); o cruza un determinado mes («Villancico» o «Enero»). El tiempo se adentra en nuestro ser, dejándonos expuestos a la evidencia de nuestro tránsito, como muestra el último terceto de «Prefiero abril»: «No es el tiempo el que pasa. Un hormiguero / está surgiendo bajo mis pisadas. / No es el tiempo. Soy yo. Es la luz del día».
Sin embargo, la contemplación de la naturaleza, amenazada por la sucesión de los meses, no es contraproducente con el mensaje metaliterario, como ocurre en el poema, pleno de melancolía, «Fotografía»: «para trazar el curso de un poema / entre las líneas húmedas». La fuerza del mensaje literario, dentro del poema, se nos muestra en la anécdota de la adquisición de libros usados, dejados sin leer, que trasciende la emoción cuando nos identificamos, en el poema «Usado y de ocasión».
Mientras en los poemas finales, la memoria vuelve a fijarse en los libros viejos y en algunos paisajes vividos, lo que provoca la desolación («Cae la tarde hasta hundirse en el barro. / Yo me pregunto qué pinto en el mundo»), también en «fotos viejas», el yo poético se concentra en el horizonte natural, donde encuentra la impermeabilidad del tiempo, tal vez, de los recuerdos, así concluye «El campo»: «hago míos el campo y sus distancias, / y, por un instante, poseo / la eternidad dorada del verano». Frente a ello, se sitúa el sujeto poético
Subyace en el discurso poético de Carcelén unos parámetros bien definidos de carácter metapoético: una lectura del hecho poético en los poemas «Los otros», «Técnica» o «Caligrafía» nos confirma que sus versos son contundentes y con mano de excelente jardinero que poda las ramas innecesarios, exponiendo sólo aquellas (palabras) que son precisas y embellecen el poema. El devenir del poeta es hallar el poema ya escrito, como se desprende de la lectura de «Técnica»: «Él mismo está buscando / quizá una página donde mirarse, / una voz en que decirse, / y ser de tiempo». Y el de los lectores, disfrutar de su lectura.
Valentín Carcelén nos ha entregado un libro pleno de claves existenciales y metapoéticas. Sus confidencias muestran la trascendencia porque no pasan desapercibidas. La herida que reabre la memoria encuentra una expresión depurada, armónica, donde lo callado cohabita en estos versos; las palabras permanecen mientras discurran los días. Ningún lector se sentirá defraudado al tomar entre sus manos El momento, poemas que nos pulsan, con hermosas sugerencias, por el rumbo de la vida.
ENLACE RESEÑA EN CULTURAMAS
viernes, 3 de abril de 2020
"EL MOMENTO" RESEÑADO POR JOSÉ LUIS MORANTE, EN SU BLOG "PUENTES DE PAPEL"
PUENTES DE PAPEL. José Luis Morante
VIERNES, 3 DE ABRIL DE 2020
VALENTÍN CARCELÉN. EL MOMENTO
El momento
Valentín Carcelén
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2019
EL SOPLO DEL OTOÑO
Las líneas memoriosas de la teoría literaria definen la realidad como una geografía cercana y habitable, pero también como un espacio trascendido y exento de características uniformes. De sus coordenadas se nutre el marco de escritura de la tradición realista, que ha ido marcando hasta el ahora su grafía original. El ideario figurativo confía en la expresión enunciativa del texto, con desarrollo lógico y comunicativo, y en la reconversión de experiencias cotidianas en procesos verbales. De estas indagaciones dialécticas se nutre el recorrido lírico de Valentín Carcelén (Madrigueras, Albacete, 1964), Licenciado en Filología Anglogermánica, traductor de la poesía de Philip Larkin y Samuel Jonson, y docente en la Escuela de Arte de Albacete. El escritor comienza senda en el amanecer de los años noventa, un decenio marcado por la pulsión estética de la poesía de la experiencia, y ha ido abriendo compuertas argumentales que suman casi media docena de títulos, con amplia representación en revistas y antologías.
La entrega El momento, tras la emotiva dedicatoria y el paratexto de Juan Manuel Díez de Guereñu y Luis García Montero, deja como umbral el poema “Persona y personaje”, como si buscase recordar al lector que la verdad biográfica y la verdad literaria son enclaves diferenciados, por más que compartan afinidades y latidos, o tengan en sus rasgos un aire de familia especular, como explicase con singular fortuna Jaime Gil de Biedma. El poema sugiere un desdoblamiento que genera un doble espacio vital y la adaptación del sujeto al lugar confidencial de la página.
El andamiaje poético de El momento integra tres planos autónomos. En el primero, sobre la pautada dispersión de lugares y máscaras, el tiempo encuentra una auténtica explosión emotiva, un acto de afirmación que desemboca en la condición natural de ser: sobre cualquier otra configuración metafísica, estamos marcados por la contingencia y el sonido mitigado del discurrir. Esa condición de ser moldea las palabras, esa voz que habla de limitaciones y recuerdos, de fracasos cumplidos y de nuestra condición de transeúntes que protagonizan un simple estar de paso.
La introspección temporalista prosigue en el segundo grupo de poemas. Su percepción contrasta la realidad interna del hablante y el entorno cercano. El paisaje acompasa su lenta cadencia al silencio confidencial del yo perdido en la evocación o en la nostalgia. Todo sucede con una caligrafía indecisa, que sobresalta el frágil equilibrio del reloj: “No es el tiempo el que pasa. Un hormiguero / está surgiendo bajo mis pisadas. / No es el tiempo. Soy yo. Es la luz del día “.
El periplo existencial, una vez más confirma, su condición de viaje, muda sitios y personajes, es camino de conocimiento y búsqueda, senda que marca la voluntad de ser hacia la belleza y el desplegado horizonte de lo insólito. También la duda, esa certeza diluida en nuevas preguntas en las que se extravía el pensamiento. Desde esa sensibilidad nace la dubitativa caligrafía de “El momento”, la composición que sirve de epílogo: el largo viaje no refuerza dogmas sino solo despliega un aire de insatisfacción renacida que desajusta realidades y sueños.
En los poemas de El momento Valentín Carcelén selecciona en primera persona apuntes reflexivos, vivencias de un observador directo que aporta una percepción confidencial hecha de claves interpretativas. El argumento colecciona sucesos episódicos en un empeño de “medir el tiempo”. Así logra un significativo tono verosímil, que mana de la memoria para mostrar esa herida común de la que nace paso a paso la vida. Poesía que alumbra las sucesivas máscaras de la identidad que se repiten en el tiempo. Indicios del ser que busca en las palabras el despertar abierto de mañana.
viernes, 13 de marzo de 2020
Carlos Alcorta reseña "El momento" en El Diario Montañés, de Santander, y en su blog.
carlosalcorta
~ Literatura y arte
VALENTÍN CARCELÉN. EL MOMENTO*
13ViernesMar 2020
Posted by carlosalcorta in Reseñas
VALENTÍN CARCELÉN. EL MOMENTO. COL. CHAMÁN ANTE EL FUEGO. CHAMÁN EDICIONES
«Las palabras, perfectas catedrales / de viento y sueño, duran más que el frío / mármol, tallado para ser eterno, / más que el incendio que alimenta al sol, / y, aún así, se desgastan o se olvidan; / más funda en ellas su supervivencia / la especie —tristes voces de la noche». Si comienzo este comentario con estos versos del poema «Las cosas» es porque condensan de forma impecable la fuerza casi telúrica, sobrenatural que Valentín Carcelén (Albacete, 1964) —autor de títulos como La pradera asfodea (1993), Cámara oscura (2000), Diario ausente (2004) e Hilo de hormiga (2010)— atribuye, al lenguaje y, por ende, a la palabra, a la escritura («Verba volant, scrīpta mānent») poética, especialmente. Corroboran esta idea las dos citas que encabezan El momento, en las que se hace hincapié a los «los malos tiempos para la lírica» —aunque afortunadamente libros como este desmientan ese pesimismo— y el inevitable proceso de adaptación que debe sufrir el lenguaje para adaptarse a los usos de la sociedad que codifica.
Nada mejor, además, para comenzar un libro que marcar los objetivos, hacer una declaración de intenciones. El poema «Persona y personaje» delimita las fronteras entre uno y otro, entre ficción y realidad, entre verosimilitud y verdad, como podemos comprobar en los versos finales del poema: «El personaje existe; / la persona / no sabe ni morirse bien. / El personaje resucita; / la persona supone que vivir / es un milagro, y con eso basta», y el poema final, titulado también «El momento», constata esa separación entre la vida que se construye en el poema y la vida que vive quien los escribe: «¿Qué necesitas más para saber / que no es esta tu vida?» se pregunta. Entre un poema y otro, el lector asuste a una larga meditación sobre el tiempo («Y sólo siento el peso de mi edad», escribe en el poema «Oración», y «No es el tiempo el que pasa. Un hormiguero / está surgiendo bajo mis pisadas. / No es el tiempo. Soy yo. Es la luz del día», en «Prefiero abril»), de cómo la experiencia vital, con sus zonas de luz y sombra, construye una personalidad fortalecida por los contratiempos que reconoce el dolor de vivir, que no renuncia a dejarse arrastrar por la furia del arrepentimiento y de la nostalgia: «qué ha sido de la vida / que no he vivido?, ¿qué / añoro sin haber tenido nunca?, / ¿qué quiero recordar que nunca antes he visto?». Hay mucha reflexión metapoética en este libro, acaso porque la experiencia del poeta corre pareja a la reflexión sobre el acto de escribir y a la relación de fidelidad entre lo escrito y lo experimentado, como ocurre en estos versos: «Tiritaba y entré en la casa pensando / si realmente en eso habría material, / figuras y señales suficientes / para trazar el curso de un poema / entre líneas húmedas / de los tejados bajos y brillantes». Por otra parte, superada la desconfianza en que los límites del lenguaje reduzcan la intensidad de la experiencia cuando se traslada a la página, ¿no es la escritura, el poema, una forma legítima de perpetuar la emoción, de «sobrevivir / a tanta soledad, tanto silencio / alrededor de mi reloj?», tal y como se preguntan Valentín Carcelén.
La prosodia de Carcelén no se subordina a la retórica ostentosa, todo lo contrario, esta muy cerca de lo conversacional. El lenguaje es, a la vez, descriptivo y sencillo, va directo a lo que necesita explicar, recrear: una emoción, un recuerdo, un paisaje, como en este caso: «Me despertó el silencio de la nieve. / Me levanté y subí la persiana, y abrí / la ventana de par en par». No hace falta vestir con ropajes contra el frío lo que se expresa con familiar desnudez. Eso se suele aprender con el paso del tiempo y con la persistente intención de encontrarse a uno mismo en la escritura, como ocurre en el poema «Los otros», un hermoso homenaje a la poesía, a los poetas, porque «Leo en ellos mi propia poesía, / mi propia muerte, mi tristeza, / mi silencio, y mis veinte / líneas de mentiras», escribe Carcelén, que abunda en ese proceso metalingüístico en los últimos poemas, «Técnica» y «Caligrafía», que reproducimos completo porque resume a la perfección, si no todas, las más contundentes líneas maestras de El momento: «Este poema / o, mejor, el dolor / de este poema / y las palabras / que bien o mal lo expresan, / son la misma / página en blanco, / una caligrafía / sola, en la que los trazos / se arrastran y se alargan / hasta poco a poco / disolverse en las sombras, / desleírse en el tiempo / y, al fin, / completamente / y para siempre, /desaparecer». Una cruda lección de fragilidad que conviene no olvidar cuando uno se enfrenta a la seductora desnudez de la página.
* RESEÑA PUBLICADA EN EL SUPLEMENTO SOTILEZA DE EL DIARIO MONTAÑÉS, 13/03/2020
lunes, 9 de marzo de 2020
EL MOMENTO en la revista EPICURO. Artículo de Antonio Manilla.
Una manera de medir el tiempo
- ANTONIO MANILLA
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En El momento hay un espacio para la denuncia de esa ceguera o autismo humano que nos lleva a habitar el mundo de espaldas al resto de las especies naturales.
Una de las mayores limitaciones del poeta es escribir con palabras que no tengan pasado. Valentín Carcelén lo consigue.
El albaceteño Valentín Carcelén (Madrigueras, 1964), tras un intermedio editorial, regresa a la poesía con un título que hace el quinto de los suyos, el cual sigue a la colección de haikus Hilo de hormigas.Traductor de los poemas exentos de Philip Larkin en Poemas sueltos 1960-1984 y delLondres de Samuel Johnson, el año pasado vio cómo se estrenaba su obra de teatro La Central. Esta vuelta se produce en una pequeña editorial de poesía emergente, Chamán Ediciones, que libro a libro está demostrando tino en la elaboración de su catálogo de colaboradores. Entre sus recientes títulos están los últimos de Pilar Blanco, Javier Sánchez Menéndez o Nicolás Corraliza Tejeda.
El momento, que estuvo en un tris de titularse «Una manera de medir el tiempo», goza deuna unidad que precisamente le viene dada por el tema que lo vertebra: el paso del tiempo y sus efectos sobre las cosas y las personas. El cambio, podría decirse, es el asunto que sobrevuela la mayoría de sus composiciones. Está presente en ellas pero el lector no se sentirá abrumado ni aburrido gracias a la variedad de formas en que se aborda. Por ejemplo, algunos de los poemas que se incluyen en este libro que viene a romper un silencio de una década ―nos lo dice el propio autor en las palabras finales― nacen de la conmemoración de ciertos objetos artísticos, desde una película a un cuadro o una fotografía; en otros se escucha la voz del campo o las preocupaciones paternas; más allá nos encontramos con cuatro sonetos… Son diversas las tonalidades con que suena esa preocupación por el ser y el tiempo.
El poema inaugural realiza una distinción fundamental entre poeta y autor, entre personaje y persona. El ser es estar en lugares y en el tiempo. En la primera de las tres secciones que conforman el poemario aparecen los textos más metafísicos, se nos presenta una poesía de preguntas sin respuesta, reflexiva y a la vez sensitiva, atenta a la salida de la luna que replica «la curva de la adelfa», a la «la raíz interna del deseo» y «las heridas que no cicatrizan». También, como ocurre en «Viento de otoño», con un espacio para la denuncia de esa ceguera o autismo humano que nos lleva a habitar el mundo de espaldas al resto de especies naturales.
En la segunda parte comparecen los poemas más físicos, apegados a la tierra y a los fenómenos atmosféricos: una tormenta, una nevada o un mes de abril que se prefiere porque alberga «promesas de un mañana ya vivido». Nada es tan categórico en las secciones que componen El momento como lo estamos exponiendo, porque hay diversidad compositiva en su estructura, pero sí una línea de fuerza guiándolas. Así, la tercera sección, que se coronará con el poema final que otorga su nombre al libro, nos parece que está marcada por un notorio existencialismo: el pesimismo de «Los otros», donde se expone que todos los poetas, incluido el propio Carcelén, de alguna manera mienten; el cuestionamiento de nuestra razón de ser en el mundo cuando hemos perdido los referentes, por ejemplo, para trabajar con nuestras manos la tierra presente en «Relevo»; todo lo inefable que se queda por decir, ahogado en el tintero del pensamiento, de «Malditas cosas». A lo más que nos cabe aspirar es a encontrar «una voz en que decirse, / y ser de tiempo». A existir por la palabra, al fin y al cabo, aunque también se tematizan el temor ante la página en blanco y la insustancialidad del poema terminado, que se disolverá en las sombras hasta desaparecer.
El entierro de una mascota o ese viaje que será el último que hagamos un día, la reescritura de un poema de Borges sobre la lluvia o el afán del hombre por hacerlo todo mensurable para que quepa en una descripción o en una fórmula son algunos de los momentos memorables de un poemario que trata del tiempo y todo aquello que escapa a nuestros cálculos, como «las cosas que se nos mueren en las manos»: la edad, la luz, el agua o las palabras. Un poemario sobre nuestras limitaciones. Entre ellas, la principal para el escritor: «escribir con palabras que no tengan pasado». Algo que, en sus mejores poemas, Valentín Carcelén consigue.
El pluviómetro
Medir la vida, el alba, las ideas,
las manos, el estado de nuestra relación,
el crecimiento del almendro joven.
Medir el tiempo que hace afuera,
el tiempo que hace desde la última vez que estabas;
medir la luz del tiempo, el agua de las horas.
El tiempo que hace que compramos
un pluviómetro. Verde,
que no desentonara con las plantas.
Medir la intensidad
de los colores pardos en octubre,
las nubes perseguidas por otras nieves sucias.
El amargor de este café tan solo,
la luminosidad de las luciérnagas
en las inverosímiles películas del sábado.
Medir qué. A lo mejor yo quería saber
tan sólo cuánta lluvia
cabe entre nosotros.
El campo
A ciertas horas no hay nadie en el campo.
Hoy he salido. Atravesando tierras
que no me pertenecen, y caminos
polvorientos y serpeantes,
llego a este lugar donde mi mirada es la dueña.
Bajo altas nubes en las que el verano
se estira y se complace,
contemplo hasta donde mi vista alcanza,
y me detengo en algún punto
minúsculo del horizonte.
Otras veces, camino lentamente
y miro al suelo. Cada piedra, cada temblor
de insecto bajo mis pisadas, cada espiga
abatida y seca en cualquier ribazo
requieren mi atención como algo nuevo.
Como no puedo compartir con nadie
la emoción de mis insignificantes
descubrimientos, grabo en mi memoria
la amable letanía del crepúsculo,
el rastro de la hormiga, la sombra de la piedra,
el coro de la hierba crujiente bajo el pie.
Y en un regreso largo y silencioso
hago míos el campo y sus distancias,
y, por un instante, poseo
la eternidad dorada del verano.
Valentín Carcelén
domingo, 19 de enero de 2020
"Casado, Carcelén y Navarro. Poetas de hoy y de siempre". ARTÍCULO DE ALFONSO GONZÁLEZ-CALERO EN ABC ARTES & LETRAS.
ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Casado, Carcelén, Navarro: Poetas de hoy y de siempre
Tres poetas de Castilla-La Mancha que siguen publicando la mejor poesía
Actualizado:
Miguel Casado (Valladolid, 1954), Valentín Carcelén (Madrigueras, Albacete, 1964) y F. Javier Navarro (Tomelloso, 1994) son ejemplos de tres poetas, nacidos o afincados en Castilla-La Mancha, que siguen publicando la mejor poesía, demostrando que ésta, si es buena, es intemporal y ayuda a definir el espíritu del tiempo en que vivimos.
Miguel Casado, profesor, ya jubilado, traductor y crítico literario, residente en Toledo desde 1996, es además un notable poeta, de una obra no excesivamente abundante. Ahora la editorial toledana Mochuelo libros, en su colección Ultramarina, al cuidado de Federico de Arce, le ha editado este «Allí donde nombraste la estepa», una antología personal de su propia obra publicada entre 1984 y 2004. Su poesía está hecha de una mezcla de reflexiones en torno a la naturaleza y el tiempo humano, de evocaciones y aproximaciones al presente, de referencias cultas y experiencias íntimas, tamizadas por un ritmo no siempre fácil de desentrañar en una primera lectura pero que puede agarrarnos si persistimos en su hondura y en su misterio. «….. no tenemos// sino movimiento, la luz se apaga// en cuanto paramos, no sirve// siquiera lo hecho antes, siquiera// para consolarse. Del desconsuelo// es la alegría……» nos dice en un poema titulado«Taller del Moro».
Valentín Carcelén, también profesor -de inglés-, aún en activo y asimismo traductor, nos ofrece ahora en la interesante editorial albaceteña Chamán su quinto poemario, «El momento». Miembro en su época del grupo poético de La Confitería, Valentín ha seguido su carrera en solitario y ha cultivado diferentes géneros literarios, como el haiku o la producción teatral.
Este nuevo poemario, más vital, más pegado a la literatura y más desprovisto de artificios, indaga en temas esenciales como la paternidad (en tanto que hijo y padre); en el tiempo que pasa inexorable y nos transforma (a paisajes y a personas); en la naturaleza, escenario donde todo se manifiesta, etc.
Como señala su amigo, el también poeta y crítico Arturo Tendero a propósito de este libro: «El tiempo ha transcurrido y el poeta lo acusa, da fe y se afirma en la escritura para contenerlo». Para rematarlo, en palabras del propio poeta: «¿De qué azul era el cielo // aquel verano? ¿De qué azul el mar// detrás de tanta infancia? // No hay color en la luz de la memoria».
Por último, una breve referencia a Francisco Javier Navarro Prieto, quien con este libro, «El bello mundo», obtuvo a finales del año pasado el 22º premio Antonio Carvajal de Poesía Joven, y que acaba de ser editado por la prestigiosa Hiperión, de Madrid.
Es el más joven de los tres autores aquí mencionados, y se nota, mucho, en la propia composición de sus textos, en la rebeldía de sus afirmaciones y estructuras, en la forma de enfrentarse al mundo y a sus normas.
Su formación filosófica está muy presente en referencias que aparecen en sus textos (a veces en verso, otras en prosa), por ejemplo Hegel, Von Hofmannsthal, o los pintores Bacon o Schiele. Pero también en su forma de ver la realidad cotidiana, cruel muchas veces, a través de una nota de periódico o de la noticia de un telediario. Todo pasado por el matiz de su propia mirada, nada complaciente, escrutadora y crítica. «la cuestión es romper al yo// no sabíamos a quién pertenecían los dedos que cogieron el pincel// ir un poco más allá del yo para ver a quién// lo que sí sabemos es que unió ambas manos».
Tres autores, tres edades, forjando una poesía de ayer, de hoy y de siempre, que configura nuestra cultura y nuestro mundo.
sábado, 18 de enero de 2020
lunes, 6 de enero de 2020
ARTURO TENDERO RESEÑA "EL MOMENTO" EN El mundanal ruido
Valentín Carcelén: El momento
Foto: David Lillo
VALENTÍN CARCELÉNEl momento Chamán, Albacete, 2019 |
«Las cosas se nos mueren en las manos / como la luz, la edad, las pausas del silencio, / el agua que, al romperse, reconstruye / para nosotros / el origen del mundo».
Después de quince años de probarse en otros géneros como el teatro, el haiku o la traducción, Valentín Carcelén (Albacete, 1964) regresa a la poesía. Lo hace cambiado, como no podía ser menos, elaborando más la meditación que en libros anteriores. Por ejemplo en Diario Ausente (2004) llegaba a veces enigmática, escamoteándonos algunos referentes. El tiempo ha transcurrido y el poeta lo acusa, da fe y se afirma en la escritura para contenerlo: «No es el tiempo el que pasa. Un hormiguero / está surgiendo bajo mis pisadas. / No es el tiempo, soy yo. Es la luz del día». Carcelén viene del campo, de la agricultura familiar, y con esos materiales alimenta sus versos: celebra que haya vuelto el viento del otoño, entierra en el viñedo al perro fiel, contempla la quietud de un horizonte al que solo cabe mirar haciendo visera con la mano: «Yo quisiera un abrigo de sosiego / contra el vuelo rasante de los calendarios». También su oficio de profesor y su condición de padre afloran para proponer soluciones a un mundo que se nos está agotando: «los hijos tiene que saber la luna / y tienen que saber / dónde la leña y cuándo hay espigas, / la verdad del otoño, la causa de la nieve. / Pero también que el don de la palabra / trasciende la razón de la existencia / y es anterior y posterior a todos / los hechos naturales y sobrenaturales». La claridad de Eloy Sánchez Rosillo, la agudeza de Claudio Rodríguez se adivinan como un rumor de fondo bajo la voz del poeta que también ha traducido a Larkin y a Samuel Johnson. En la vida siempre pasa que el tiempo acaba imponiéndose hasta ser protagonista. Esta certeza nos iguala: «todo cuanto, por ser humano, siento y siente / en mí toda la humanidad…». Por eso el libro se llama El momento, la única dosis en que podemos salvar fragmentos de vida: «El lugar es el tiempo. / ¿No recordáis ciudades, o trozos de ciudades / prendidos para siempre a un momento / inolvidable?».
https://articulosdearturotendero.blogspot.com/2020/01/valentin-carcelen-el-momento_4.html?spref=fb&fbclid=IwAR2lyvhAzWYHpOg_MfAW_BJcWrqquHA5JGP8396hZjO-RkE086O4znDcU24
jueves, 28 de noviembre de 2019
miércoles, 9 de enero de 2019
jueves, 28 de septiembre de 2017
SI DESCUBRES UN INCENDIO, de Alberto Conejero. Reseña en VÍSPERAS
SI DESCUBRES UN INCENDIO
Alberto Conejero
La Bella Varsovia / Poesía
Septiembre 2016.
Muy lejos quedan ya los tiempos en que los dramaturgos
o novelistas de prestigio tenían que ceder inevitablemente a la tentación de escribir
poesía, con diversa fortuna, como fue el caso del Duque de Rivas, Valle-Inclán
o Unamuno, o en los que los grandes poetas probaban su talento en el campo del
teatro, también con diversa fortuna, como Espronceda, Alberti o Miguel
Hernández, por ejemplo -nos reservamos intencionadamente a García Lorca por ser
tan importante como poeta como dramaturgo, y en ambos casos, cima. Más lejos
aun, hasta el Siglo de Oro, hay que retroceder para dar con un momento en el
que la medida de un escritor la daban el número de “comedias” representadas y
el éxito de las mismas y no la publicación de poemas u obras de cualquier otro
género -recordemos aquí que el propio Cervantes se tenía por un escritor mediocre
al ser un autor teatral y un poeta fracasado, a pesar del éxito que vivió su
obra novelística.
No
es fácil encontrar a lo largo de nuestra literatura, aparte del citado García
Lorca y sobre todo de Lope de Vega, escritores que cultiven con igual
predicamento teatro y poesía, y desde luego no en las últimas muchas décadas,
marcadas en cuanto a la creación y el consumo literarios por una preferencia de
la novela o incluso la poesía en detrimento del género teatral y, en general, por
una mal entendida especialización que pretende relegar a los autores y expertos
en unas disciplinas en puros analfabetos respecto a otras. Por eso, no deja de
sorprendernos, y a la vez de alegrarnos, la incursión de un dramaturgo con una
obra consolidada y reconocida en el terreno, siempre incierto y arriesgado, de
la lírica.
Es
el caso de Alberto Conejero (Jaén, 1978), quien, a pesar de su juventud, es
autor de un importante número de éxitos teatrales: Húngaros (2000), Premio Nacional de Teatro
Universitario; Cliff (2010), Premio Leopoldo Alas Mínguez de Literatura
dramática; Ushuaia (2013),
premio Ricardo López de Aranda; La extraña muerte de una cupletista contada por su perro (2014); La piedra oscura (2014), distinguida con el
premio a la mejor creación original, con el Premio Ceres, el Premio José
Estruch y con el Max al mejor autor teatral 2016; y Todas las noches de un
día (2015), con el que ganó el III Certamen de Textos Teatrales de la AAT.
Con Si descubres un incendio se inicia en la poesía, pero el libro no
parece en modo alguno una colección de primeros poemas al uso; no nos parecen
precisamente estos versos los de un poeta diletante. “Desde antes que el teatro
le abriera paso, Alberto Conejero estaba con el fuego en la poesía”, dice
Antonio Lucas al inicio del prólogo; y poco más adelante: “A. C. se estableció
en la literatura con una sed que desaloja ríos, pero en el principio fue el
poema.” Y en el segundo párrafo, insiste: “Hablamos de un hombre de teatro,
pero no solo. Hablamos de un poeta.” En realidad, gran parte del prólogo, más creativo
que académico, está dedicada a reforzar esta idea: “La poesía es la forma de
pensar de este hombre.”
El título, que, como es
costumbre, da nombre también al primero de los treinta textos que componen la
colección y a la primera de las tres partes en que se estructura, está prestado
de un mensaje de emergencia de los trenes de la RENFE, “Si usted descubre un
incendio o humo en algún vehículo”, y figura como cita de ese primer poema.
Pero la cita que introduce el libro, de uno de los más grandes dramaturgos del
siglo XX, Tennessee Williams, es sin duda más aclaratoria: “y así es como la
gente muere incendiada en los hoteles”, y no es, como sería de suponer, de
ninguno de sus dramas, sino del poema CONTAR LA VIDA, de su libro de 1956 En el invierno de las ciudades. Williams
publicó en 1977 una segunda entrega de poemas, Androgyne, mon amour, y nos deja –¡oh, casualidad!- otro ejemplo de
prestigioso autor teatral seducido por la magia de los versos.
Según el poema CONTAR LA
VIDA, “después de acostarte por primera vez con alguien (…) enciendes un
cigarrillo (…) uno de ustedes cae dormido, y la otra persona hace lo mismo con
un cigarrillo encendido en la boca, y así es como la gente muere incendiada en
los hoteles.” Si descubres un incendio es
un libro de amor que quiere apartarse de los tópicos de la tradición poética amorosa
que representan Neruda, Salinas, Hernández, Aleixandre u Otero, por citar
algunos de los autores más representativos; se pretende actualizar temas
clásicos, como el carpe diem o tempus fugit, de los que nunca se aleja. Hay mucho amor en los trenes (ver
CRUCIGRAMA, en página 31), en los hoteles (el soneto HABITACIÓN DE HOTEL, en la
44), en las ciudades (ERA MADRID LA CIUDAD, 45). Hay, en fin, mitología,
Shakespeare, astronomía, largos viajes y hondas lecturas en la mochila, hay
también un recuerdo a Carlos Bousoño y a María Zambrano, y hay hasta un
romancillo con título en inglés: ANOTHER
FUCKING LOVE SONG (página 38). Demasiada labor, demasiada sabiduría, demasiada
inspiración, demasiada pasión, demasiadas cosas buenas para dejarlas pasar.
miércoles, 15 de febrero de 2017
EN EL BLOG DE HÉCTOR CASTILLA
Breve nota bio-bibliográfica, poética y selección de poemas.
sábado, 14 de enero de 2017
POESÍA COMPLETA de César Simón
Reseña completa publicada en la revista VÍSPERAS el 12 de enero:
César Simón POESÍA COMPLETA
Edición y prólogo de
Vicente Gallego
Bibliografía de Begoña
Pozo
EDITORIAL PRE-TEXTOS
BIBLIOTECA DE CLÁSICOS
CONTEMPORÁNEOS
Valencia, abril de 2016.
“Hay un
saber más alto que la inteligencia,
un ligero fervor silencioso y musical,
(…);
es un acorde discursivo, de palabras mudas,
pero que nada afirman, sin embargo.”
César Simón, QUINCE FRAGMENTOS SOBRE
UN ÚNICO TEMA, V.
Desde
hace ya mucho tiempo, Vicente Gallego –se nos permitirá aquí no detenernos en sus
datos biográficos ni en su amplia y reconocida trayectoria literaria- ha dado
sobradas muestras de su admiración y devoción por los poetas “del 50”. Y no
sólo por los más conocidos, imprescindibles, los incluidos en la antología de
Juan García Hortelano que dio nombre al grupo, EL GRUPO POÉTICO DE LOS 50
(Taurus, 1978), y en la que están, por ejemplo, Ángel González, Caballero
Bonald, Gil de Biedma, Valente, Brines o Claudio Rodríguez, sino también por
otros nombres que, por diversas razones, no disfrutaron entonces del mismo
reconocimiento. De hecho, a algunos de ellos (Ricardo Defarges, Luis Feria,
Manuel Padorno, Fernando Quiñones, Tomás Segovia y César Simón) les dedicó hace
ya once años la antología EL 50 DEL 50 (SEIS POETAS DE LA GENERACIÓN DEL MEDIO
SIGLO), (Pre-Textos, 2006), una colección que, si no completa, sí complementa
con justicia la de García Hortelano. Además, el mismo año publica también la
antología poética de César Simón UNA NOCHE EN VELA (Renacimiento, 2006), que
hoy queda acaso como un ejercicio preparatorio o un adelanto del volumen que
presentamos ahora.
Este contexto justifica sólo en
parte la edición de esta POESÍA COMPLETA de César Simón a cargo de Vicente
Gallego; la otra parte se fundamenta en la estrecha relación personal, de conocimiento
y amistad, que existió entre ambos poetas, prácticamente desde el momento en
que Gallego empezó a asistir a las clases de Simón en la Facultad de Filología
de la Universidad de Valencia y hasta el fallecimiento de éste en 1997. Porque
en este libro ha puesto Gallego mucho más que su intención, su saber y un prólogo,
por cierto, de más de sesenta páginas: junto a su deseo de homenajear y
reivindicar la figura de César Simón como uno de los grandes poetas en
castellano del último tercio del pasado siglo, ha puesto también, y sobre todo,
su corazón. Sólo así, y contando incondicionalmente con la decisión cómplice y
acertada de los responsables de una gran editorial especializada en poesía,
Editorial Pre-Textos en este caso, se explica el resultado final.
Y el resultado final no es simplemente
“un libro más de poesía”. Ni mucho menos. La edición, impecable, a cargo de
Manuel Ramírez, en la colección BIBLIOTECA
DE CLÁSICOS CONTEMPORÁNEOS, en tapa dura, de tela, de extremadamente
cuidada encuadernación, en fino papel, sonoro y noble, reúne por primera vez la
totalidad de los libros de poemas de C.S. ya editados, desde PEDREGAL, de 1970,
a EL JARDÍN, de 1997, más el inédito EL PRETEXTO Y EL FERVOR, además de otros
textos no incluidos por su autor en segundas ediciones, y otros que nunca antes
fueron publicados en ninguna colección, en Apendices
I y II, respectivamente. Contiene también, al cuidado de Begoña Pozo,
una amplia sección de bibliografía actualizada y dividida en dos partes: la primera,
“Sobre César Simón”, a su vez ordenada en Artículos,
Libros, Entrevistas y Antologías; la segunda, “De César Simón”, ordenada en
Artículos, Ensayos, Narrativa,
Traducciones y Poesía.
Por todo esto, ya podríamos decir
que estamos ante un producto distinto y sobresaliente en el ámbito de la reciente
edición de poesía y sólo por ello valdría la pena poseer el volumen, y
manejarlo, abrirlo, hojearlo, leerlo, tenerlo a mano y releerlo con cierta
frecuencia, descubrirlo y redescubrirlo, volverse a deleitar con su tacto e ir
revisitando alguna de sus páginas preferidas. Pero hay más:
A veces, de vez en cuando, nos encontramos con obras
completas de grandes autores, con inéditos incluso, bibliografía necesaria, en ediciones
de alta calidad, con interesantes prólogos o estudios introductorios; a veces,
muy de vez en cuando, otros son capaces incluso de revelar a un escritor hasta
entonces no lo suficientemente conocido para un gran número de lectores, y lo
revalorizan, situándolo ya para siempre junto a los clásicos; pero muy, muy
pocas veces nos encontramos, además de con todo lo anterior, con un acto tan
sincero y logrado de reconocimiento y veneración por el poeta, el maestro y el
amigo. Y esto es lo que consigue Vicente Gallego con esta POESÍA COMPLETA de
César Simón. Y lo consigue con el insólito, emotivo, admirable prólogo, en el
que pone ese corazón al que nos referíamos en el segundo párrafo.
En las 10 partes en que se divide ese extenso prólogo, hay espacio
para casi todo. No hay sitio ni tiempo, sin embargo, para detalles biográficos,
y a explicarlo dedica la primera parte, Biografía
y vivencia; explicación que
remata al comienzo de la segunda, Un
clásico en el corazón: “No es sólo mi
deseo de ir a lo que importa lo que me ha llevado a dejar aparte los temas
biográficos y de circunstancia literaria; es, sobre todo, mi profundo respeto
por la obra del maestro.” A sus “rasgos humanos” más personales destina
Gallego la siguiente, La vida secreta, la
más larga –casi un tercio del total- y sin duda la más interesante por desvelar
lo más hondo, lo más intimo del poeta y del hombre, y que sólo quien compartió
con él momentos de confianza y fraternidad puede conocer y dar a conocer. En la
cuarta parte, Cuidado con el adjetivo, se
dan algunas claves, utilísimas, a la vez que se comentan algunas reflexiones
del propio C.S. para entender su poesía, algunas de las cuales siguen después
en la titulada Un místico de la carne.
Y, en realidad, independientemente del título de cada parte del prólogo, a lo
largo de todas ellas, podemos encontrar, perfectamente armonizados,
valiosísimos datos, recuerdos, citas y digresiones sobre poesía y existencia,
todo en un sentido, terapéutico monólogo
de Vicente Gallego que es también diálogo con César Simón y con el lector,
y que en el fondo, insistimos, quisiera ser testimonio definitivo de gratitud y amor, que nos conmueve y nos convence.
Se nos permitirá, para terminar y dar una ligera idea de lo dicho, copiar las
últimas líneas:
“Esto es todo. Sólo me
queda reiterar la profunda gratitud que siento, pues la vida ha decidido
encargarme del cuidado de una de las obras más auténticas que ha dado la poesía
española escrita en nuestro idioma, la de ese hombre al que tanto quise. César,
maestro, hermano, levanto mi copa con una bebida amarga –como tú lo hacías,
viejo solitario-, y brindo por ti, por todo
lo vivo y verdadero que en ti cantaba, que seguirá siembre cantando.”
A partir de aquí, 350 densas páginas de poesía indiscutible y
necesaria, cerrando un conjunto que a nuestro criterio hace de esta publicación
uno de los mejores libros de poemas –si no el mejor- de entre los muchos editados
en nuestro país durante el año 2016.
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