Del libro Lugar de origen, publicado en 1965, por la Institución “Fernando el Católico” (C.E.S.I.C.), es este poema. Curiosa, dolorosa,
inquietante visión de la juventud de aquellos años. ¿Es tan distinta esa visión
de la que se tiene hoy de nuestros jóvenes?, ¿son ellos, fuimos nosotros tan
distintos?
LOS
NUEVOS ADOLESCENTES
Los
nuevos, ya tan viejos,
adolescentes
que se desperdigan
en el
poniente de su amanecer,
como
bandadas de pequeños grajos,
y
chillan, nos aturden
-oh,
desgraciado encuentro, tan ruidoso-
en el
momento del ya oscurecerse,
y nos
dejan perdidos de voces que se caen
y de
silbidos y de no estar creyendo
que un
algo, antiguo como el alba,
pueda
salvarse en otro tiempo suyo venidero.
En
bandas, apoyándose
En el
grupo, en el número, chillando,
Pájaros
negros, crías insolventes,
vacíos
de verdad y casi ciegos,
mirando
la ciudad como botín,
estúpidos,
rodantes y salvajes
cual
una enorme bola de rumor,
entre
el candor y la insolencia,
hacia
un confuso norte van;
se
remansan un poco entre los bares,
reman
allá en cerveza occidental
para
nórdicos, blandos marineros,
y
queman la briosa juventud
en un
llamear de sordo incendio
que no
sabe salir, que se diluye
en un
girar, correr, brotar
hacia
horas insulsas que se apagan
-tras
tanto fragoroso deslizarse
y
requemarse en el vacío-.
Ayer
mismo –era ayer,
cuando
la vida estaba contenida,
y
pacíficamente estrenaba su vestido
de
crepúsculos lentos, gozadores-,
otros
adolescentes respiraban
aroma
de crecer, pero impeliendo
un
ansia de hombrearse, de algún día
campanillear
la atmósfera terráquea
con su
júbilo echando el ancla.
Ya no;
son sólo ruido, son catástrofe,
puro
guiñol y trama de romperse:
en
astillados ríos de desechos,
en
desperdicios y batallas de barrio,
que
nada de raíz entrelazan.
No
quieren suceder, no tienen puerto,
y no
buscan ninguna perspectiva.
Sencillamente
irrumpen.
Están
como muñecos de la tierra,
empujados
por ondas de desgracia,
rojos
como muñones.
Los
inseguros, los vencidos
brotes
de la mejor etapa,
y donde
las generaciones últimas
dejan
un hueco cadavérico.
Habrá
que construirlos, darles un poco de trabajo,
mostrarles
la canción, y el pábilo.
Decirles
que la vida ocurre
y es
oro que destila y tiene andar;
ponerles
el camino y el cansancio más sano,
aquel
que está al volver del amor que ha tenido;
de la
lucha que iba a su riesgo,
de la
casa habitable,
de los
años que dejan un poso de nido, una estrella.